Desde épocas que se remontan al Precerámico el tejido tuvo un significado particular en las culturas andinas. Alcanzó un gran desarrollo en la técnica del hilado y no solo sirvió para vestir al pueblo, los sacerdotes, los guerreros y la nobleza, sino que constituyó un elemento importante en todas las etapas de la vida, y también en la muerte: a los difuntos se les cubría con ropa nueva y se incluían en el fardo funerario varios mantos. Tuvo, además, un valor ritual que se observa en escenas de batallas representadas en la cerámica mochica, donde los prisioneros aparecen desnudos, y cuyas ropas y armas les han sido despojadas por el vencedor. En efecto, la “arqueología demuestra que el intenso interés y la obvia preocupación por lo textil perduraron milenios, iniciándose mucho antes del surgimiento de los inka”.
… para aclarar la identificación simbólica de persona y prenda: dentro de los ocho días después de la muerte, los parientes y amigos celebran el p’acha-táqsay, es decir el lavado ceremonial de toda la ropa del finado, para salvar el peligro de que el muerto regrese si alguna se queda sin lavar. En la hacienda Sallaq el lavado lo hacen personas que no son parientes y la ceremonia se lleva a cabo al día siguiente después del entierro. En esa zona el octavo día se dedica a la apertura pública del bulto de prendas de vestir.
El algodón y la lana de los auquénidos fueron las fibras básicas y, aunque Cieza señala que no existió una desigualdad notable en el tejido, la calidad y la ornamentación marcaban la diferencia y rango. Así, la ropa del Inca confeccionada por las mujeres de la nobleza, constituía una obra de arte: Mantos suaves adornados con hilos de oro, plumas, conchas y encajes de algodón. Es decir, el tejido guardaba relación con el rango: “El cumbi (tejido fino y lujoso del Imperio Inca) solamente era usado por la nobleza incaica o por personas que lo recibían como un regalo del Inca, mientras que el pueblo vestía awasqa.
Además, el tejido cumplió funciones en términos de reciprocidad entre el estado y los pobladores. Tal fue su importancia que después de derrotado el movimiento liderado por Túpac Amaru, lo españoles prohibieron el uso de los trajes de la nobleza lo que “pone punto final a la supervivencia de las túnicas incas de tapiz en la colonia. Hasta esa fecha la Corona permitió el uso de estas prendas a los descendientes de los soberanos incas como signo de su nobleza. A través de todo ese período las túnicas mantuvieron pautas técnicas y de diseño propias de aquellas anteriores a la conquista pero, a la vez, el recuerdo de esas pautas se fue reelaborando en función de lo que se quería decir en el presente”.
Es decir, los textiles constituyeron parte importante de las estructuras políticas, además de tener decisiva presencia en la vida cotidiana y en las manifestaciones rituales. Lo que aparece a lo largo del desarrollo de las culturas andinas y en el mismo origen: Al salir de una ventana del cerro de Tambotoco en Pacaritambo, las cuatro parejas de hermanos Ayar aparecen según la leyenda “vestidos de unas mantas largas y unas a manera de camisa sin collar ni mangas (“uncus, cahuas”), de lana riquísima, con muchas pinturas de diferentes maneras, que ellos llaman tocapu, que en nuestra lengua quiere decir vestido de reyes: y que uno de estos señores sacó en la mano una honda de oro y en ella puesta una piedra; y que las mujeres salieron vestidas tan ricamente como ellos…”.
La división sexual del trabajo no fue muy rígida en la época Inca, y la destreza en el hilado y tejido habría sido adquirida por niños de ambos sexos. Incluso los hombres viejos, inválidos y los niños, participaban en la producción textil que casi igualaba al trabajo agrícola, creando así un segundo vínculo económico. Las mujeres del pueblo aprendieron el arte del tejido de sus madres o en talleres textiles, y cumplieron con la obligación de tejer para su familia, el ejército y los sacerdotes.
Los talleres textiles habrían existido en todo el Imperio debidamente organizados, tal como se aprecia en una pictografía del vaso de Chicama encontrado por Tello y Joyce, actualmente en el Museo Británico, en el que están representados estos talleres integrados por mujeres guiadas por maestras o mamakunas:
Puso en este templo, para servicio del Sol, gran número de mujeres y doncellas, hijas de Señores, unas las más principales consagradas para mujer del Sol, otras para criadas y sirvientas suyas; (…) Sus mujeres y criadas le servían haciéndole ropa muy rica labrada por maravilla, y vino y las comidas que le ofrecían. Todas estas mujeres y criadas eran doncellas vírgenes y guardábase con tanto rigor, que si se quebrantara, se tuviera por inexpiable delito, y no se castigara con menos que con crudelísima muerte.
Cada año un emisario del Inca seleccionaba en todos los pueblos del imperio a las jóvenes nobles más bellas, las trasladaban a los Accllahuasis, o Casas de las Escogidas, centros que no tienen equivalente en ninguna de las otras culturas americanas, les asignaban rentas en especies, una servidora, y les cortaban una parte de los cabellos dejándole otra en la frente y en las sienes. Aquí les enseñaban el arte del tejido especializadas en distintas técnicas. La “gran tejeduría llamada cumbi, estaba en manos de especialistas, tejedoras llamadas cumbi camayoc, y de jovencitas recogidas en los Acclla Huasis (…) también llamados Mamacuna, que albergaba un gran colegio de tejedoras especializadas en distintas técnicas.
Además de su principal actividad que era hilar y tejer el vestido del Inca, de la Coya, y de las ofrendas rituales, preparaban “el pan llamado zancu para los sacrificios que ofrecían al Sol en las fiestas mayores que llamaban Raimi y Cittua. Hacían también la bebida que el Inca y sus parientes aquellos días festivos bebían, que en su lengua llaman aca” (…) Toda la vajilla de aquella casa, hasta las ollas, cántaros y tinajas, eran de plata y oro, como en la caca del Sol porque eran mujeres suyas y ellas lo merecían por su calidad. Había asimismo un jardín con árboles y plantas, yerbas y flores, aves y animales, contrahechos de oro y plata, como los que había en el templo del Sol”.
Las Acllas estaban clasificadas según la edad y la especialidad que tenían. Guaman Poma describe cuatro clases de Acllas. Las Hayrur Aclla, hermosas jóvenes de 20 años al servicio del Sol y la Luna. Las Sumac Aclla, vírgenes de 30 años dedicadas al culto de los cerros. Las Huayru Aclla Sumacc, de 35 años, al culto de las segundas huacas, y las Pampa Acllakuna, de 50 años de edad, que servían a
la luna y a las estrellas.
Murúa ubica seis tipos de Acllas. Las Acllas de 25 años, dedicadas a tejer la ropa de los Incas, y preparar sus alimentos. Vivían en clausura y sólo podían recibir la visita del Inca y de la Coya. Las Acllas Kayan Warmi, dedicadas a servir a los tampus reales. Las Huyrur Aclla, que preparaban la chicha para los sacrificios y los alimentos destinados a las fiestas religiosas. Las Taki Aclla, que enseñaban a cantar y tocar flautas y tamboriles. Las Wiñachikucc Aclla, que ingresaban a los cinco años de edad para aprender a hilar y tejer ropa fina destinada a los ídolos. Y, por último, las Mamakunas, mujeres que a partir de los 50 años se encargaban de la enseñanza del arte textil.
Mientras permanecían en los Accllahuasis, las Acllas debían de permanecer vírgenes y si alguna burlaba esta prohibición era severamente castigada lo mismo que el infractor: “…si alguna tenía conocimiento con varón, la mataban o la enterraban viva”. Según algunos cronistas la virginidad de las Acllas está en relación directa con el culto religioso al igual que en otras culturas. Zuidema considera que su virginidad o que su comportamiento sexual estuviera controlado por la elite inca como algo de importancia secundaria90, y Murra las igualó a otros grupos de campesinos que fueron retirados de sus comunidades de origen para trabajar para la elite incaica91. Blas Valera sostiene que las Acllas oficiaban cultos a la Luna, y otras sacerdotisas eran las encargadas de las ofrendas a diosas, ídolos principales y huacas. También indica que en las fiestas dedicadas a las diosas femeninas, las mujeres tenían una mayor participación.
Al finalizar el ciclo de estudios se efectuaba una selección definitiva. Muchas regresaban a sus hogares, y otras escogían el culto religioso o eran destinadas al Inca. Entonces eran lujosamente ataviadas de blanco, y no volvían a salir del templo sino cuando eran trasladadas a algún santuario, acompañadas por un séquito de servidoras y guardias. Cuando el Inca quería disminuir el número de sus mujeres, las Acllas regresaban a sus hogares donde se las mantenía con lujo y podían unirse a otro hombre. Pero si el Inca moría, las mujeres se quedaban para siempre “sirviendo y dando de comer cada día al Inca muerto como si estuviese vivo”.
Ningún otro grupo de mujeres fue el centro de tanta atención como las Acllas, quienes durante las ceremonias y fiestas ocupaban una fila paralela a la de los sacerdotes. Juntos realizaban ofrendas, y como sacerdotisas podían hablar en nombre de los dioses e interpretar sus predicciones. Desde que eran escogidas por el emisario del Inca, su sexualidad era cuidada hasta que la elite masculina del imperio decidiera su destino, puesto que una de las funciones del Inca como “posible marido de
todas las mujeres” consistía en su capacidad para crear o fortalecer alianzas políticas mediante la distribución de Acllas como esposas secundarias.
Sara Beatriz Guardia
Mujeres Peruanas. El otro lado de la historia, quinta edición 2013.