En Cajamarca, la inseguridad avanza con la misma velocidad con la que la Policía Nacional parece retroceder. Y no es una percepción: es una realidad que se palpa en las calles, se escucha en las amenazas de los extorsionadores y se siente en el miedo de los vecinos.
Los casos de extorsión se multiplican, las balas perforan paredes de viviendas y negocios, las amenazas de muerte son el nuevo saludo matinal… y mientras tanto, la PNP Cajamarca parece estar mirando hacia otro lado. No hay capturados, no hay operativos contundentes, no hay acciones concretas. Solo silencio.
Esta semana, cansados de esperar protección, los propios vecinos se echaron a las calles para protestar contra la extorsión y el sicariato. Y la ironía es brutal: quienes más respaldo y empatía muestran no son las autoridades, sino las rondas urbanas lideradas por Fernando Chuquilín. Sí, la misma organización ciudadana que actúa sin el presupuesto millonario que maneja la policía, pero que logra más con voluntad que la PNP con todo su aparataje.
Y no es un caso aislado. El reciente atropello y muerte de Cristian Cueva Castrejón, un joven repartidor que dejó a un bebé en la orfandad, es un retrato doloroso de la inoperancia policial. El conductor huyó y el vehículo simplemente “desapareció”… al menos para la PNP. Quien sí lo encontró, después de días, fue la propia familia, que tuvo que ofrecer 10 mil soles de recompensa y acudir a los medios para hacer el trabajo que la policía no hizo.
Es imposible no trazar paralelos con el desempeño de la Fiscalía, que parece ir al mismo ritmo de tortuga, archivando causas o dilatando procesos. ¿Estamos abandonados? ¿Tenemos que hacer justicia por mano propia? ¿O debemos resignarnos a vivir bajo la ley del más fuerte?
La ausencia de resultados concretos de la PNP Cajamarca deja la sensación de que la institución ha perdido el control de la ciudad. No hay estrategias visibles, no hay un plan articulado contra el crimen organizado y, lo más grave, no hay señales de que exista la voluntad de cambiar esa realidad. Es como si la seguridad pública fuera un lujo que Cajamarca ya no puede permitirse.
Los delincuentes, mientras tanto, han aprendido la lección: aquí no pasa nada. Pueden extorsionar, disparar, huir y esconderse sin que nadie les alcance. Han descubierto que el miedo es su mejor aliado y que la inacción de las autoridades les da carta blanca para actuar. Es el caldo de cultivo perfecto para que la violencia siga creciendo sin freno en la ciudad.
Si las autoridades creen que con comunicados de prensa y patrullajes de fachada podrán recuperar la confianza de la gente, se equivocan. La seguridad se construye con acción, con capturas, con procesos judiciales que terminen en condenas ejemplares. Cajamarca necesita resultados, y los necesita ya.
Cajamarca, que alguna vez fue una de las ciudades más seguras del país, hoy se debate entre la impotencia y el miedo. La pregunta es si algún día podremos volver a vivir en paz… o si, para la PNP y la Fiscalía, la paz no es más que un eslogan vacío para adornar discursos en conferencias de prensa.